
Relato de ficción en torno a la figura histórica del Cid Campeador, protagonista del más famoso cantar de gesta de los primeros tiempos de la lengua castellana. El autor se luce con este argumento, sin desmejorar el amplio currículum de escritores que en siglos pasados ya utilizaron a este personaje para su quehacer literario. Pérez-Reverte ofrece en esta semblanza diálogos muy cuidados en ambientación y léxico, ateniéndose rigurosamente al vocabulario andalusí coetáneo. El autor se olvida de la conquista de Valencia, de Jimena, del Robledo de Corpes o del juramento de Santa Gadea, para insistir en otras dimensiones del noble caballero Díaz de Vivar: digno, leal, que sabe gobernar con prudencia, respetar la conciencia de todos y cumplir la palabra dada. Cuidará sobre todo el autor de que su crónica tenga un cierre rotundo, que resuma palmariamente el espíritu de esta historia de guerras entre moros y cristianos de religión diferente, pero hijos de la misma espada y la misma tierra.
Algunas reservas son necesarias. El autor hace a su protagonista mejor conocedor del Corán que de la Biblia, y le pinta aceptador de la fe musulmana a la vez que la cristiana, en un sincretismo poco realista y escasamente ortodoxo. El Cid reza con los seguidores del Profeta, con frases que igualan a Mahoma con el mismo Jesús, y se hace uno más con ellos en sus actos de culto. La segunda reserva es de índole moral: su inicial lealtad con su esposa Jimena terminará en adulterio, claramente insinuado en una escena erótica en unos baños moros, precedida de otros ensueños premonitorios.