
La tesis del libro es que la carne ‒o el sexo: ambos términos son usados como idénticos‒ es mucho más importante para el destino del hombre de lo que creen tanto el espiritualismo, que la desprecia, como el hedonismo, que la banaliza como medio de placer. Llega a ideas conformes con la antropología cristiana ‒sobre matrimonio, apertura a la vida, etc.‒ por vías poco convencionales. Utiliza a menudo un lenguaje crudo, muy gráfico, y entra en diálogo con autores con fama de transgresivos: Baudelaire, por ejemplo. Su discurso es asistemático y provocador, pero también brillante y eficaz. Le gustan los juegos de palabras (a veces un tanto alambicados) y las paradojas.
Demuestra un buen conocimiento de la Biblia, de san Agustín y de santo Tomás, y también de la filosofía clásica (Platón y Aristóteles). A algún lector su exégesis le puede parecer, en más de una ocasión, opinable: si en todo se busca la conexión con “la mística de la carne”, no es difícil acabar forzando un poco las cosas. Además, quizá no hace suficiente hincapié en las repercusiones de la caída original en este campo: sí habla, pero de pasada, pues en realidad no es su tema. Por último, de la vocación matrimonial dice cosas hermosas pero seguramente poco estimulantes: predomina una visión más bien tremendista, no muy amable.
R.V. (2015)