
Dirigido a los gobernadores de las provincias romanas en defensa de los cristianos perseguidos y se ocupa insistentemente de rebatir los dos delitos principales que les imputaban a los cristianos: el de lesa religión (contra la veneración a los dioses romanos) y el de lesa majestad (contra la prescrita veneración a los emperadores). Afirma que el procedimiento judicial adoptado por las autoridades va contra los principios de la justicia, y que es infundada la acusación de ateísmo hecha a los cristianos, pues adoran al único Dios, Creador del mundo. Pide la libertad de practicar la religión y señala que toda autoridad viene de Dios. Demuestra que los cristianos no son enemigos del Estado y describe el culto cristiano. Concluye rechazando la idea de que el cristianismo sea una nueva filosofía: es una revelación divina, verdad manifestada por Dios.