
El objetivo del libro es ofrecer herramientas desde la neurociencia para el sano crecimiento de los adolescentes. El estilo es optimista, esperanzador, positivo. Una de las ideas de fondo que yace es que ni la herencia, ni el cerebro determinan la conducta porque somos libres. Cada uno es arquitecto de su propio cerebro. Presenta la adolescencia como una gran oportunidad en la que la crisis se puede convertir en reto. Cuando vienen las dificultades hay que saber que todo tiene arreglo, aunque no todo sea fácil de arreglar.
La autora es catedrática de Bioquímica y biología molecular y ha realizado estudios sobre el cerebro humano. Proporciona datos científicos con las consecuencias prácticas para la educación. Primero explica cómo madura el cerebro humano: intervienen tres elementos, la genética, las vivencias personales y el entorno.
Brinda estrategias que facilitan entender al adolescente y distinguir si su comportamiento es normal o tiene un trastorno. La mejor de las herramientas es la prevención, a través del acercamiento empático a ellos, de darles a conocer quiénes son, las características de su generación y escucharles detenidamente. En esta etapa es más eficaz mostrarles modelos o experiencias de vida que teorías.
La adolescencia es una etapa crucial de la que puede depender en parte el futuro de la persona. Quizá la mayor dificultad sea unir la cabeza y el corazón, lo cognitivo con lo emocional. Como el cerebro adolescente tiene una gran plasticidad es un momento importante para incidir en él y modificar posibles conductas de riesgo. Los puntos de apoyo son también grandes: en esta etapa las emociones se experimentan con más fuerza, hay una búsqueda de la felicidad, se plantean metas ambiciosas, hay un deseo de amor romántico y una inclinación hacia la solidaridad.
En nuestros días la conducta de los jóvenes está marcada por la velocidad, quieren alcanzar resultados, tienen necesidad de emociones fuertes, están sujetos a un intenso estrés, y la conexión virtual intenta suplir las relaciones interpersonales. Por eso son más vulnerables e inestables. Es el momento en que se pueden superar posibles déficits de la infancia, orientarlos para que no anulen ni repriman sus emociones sino que las gestionen a través de entender los hechos que las provocaron, sus motivos, esforzarse por distanciarse de las más vehementes para que no los arrastren. Hay que entrenar el cerebro para que integre bien el comportamiento. Confiar en la capacidad que tiene para ser moldeado por las experiencias. La construcción del cerebro no acaba nunca.
El mundo afectivo tiene una enorme importancia en la elaboración de la propia identidad, en el comportamiento y en la salud mental. El caos emocional propio de la adolescencia es un momento propicio para educar emociones y sentimientos. La capacidad de autocontrol es una característica individual, y los rasgos de personalidad están asociados a las configuraciones cerebrales. La capacidad de retrasar la gratificación es diferente en cada persona. Un entrenamiento sencillo pero muy eficaz es el trabajo bien hecho, bien terminando. Otros son las lecturas enriquecedoras, el cultivo del arte, el deporte, el contacto con la naturaleza, dormir bien y por último uno indispensable es poner freno a las prisas para pensar en el hoy y en las consecuencias para el mañana.
La maduración ocurre a mayor velocidad en las mujeres que en los varones. En la mujer hay una más rápida maduración de las partes del cerebro que procesan el lenguaje, la impulsividad y la agresividad. En el varón el desarrollo es más veloz en las partes que regulan las tareas espaciales, la relación con los demás y el sexo.
En la adolescencia las sensaciones sexuales generalmente irrumpen con fuerza y constancia y es fácil la confusión entre el deseo, el afecto interior y el amor auténtico. El proceso depende menos de la genética y la imagen corporal, y más del propio sujeto y de factores socioculturales. En un ambiente erotizado, permisivista y con el adelanto de la pubertad los adolescentes han de superar la fase de asunción de su identidad sexual-personal con poca maduración del autocontrol. Por eso hay que trabajar con ellos resortes nuevos que les faciliten vivir este período de manera sana.
De particular interés es el capítulo sobre las adicciones. Su origen, en parte neurológico y sus consecuencias psicosomáticas. Entre las más comunes están el alcohol, las drogas, el internet, los videojuegos, que disparan la dopamina que es la hormona de la recompensa placentera. Lo mejor es la prevención por medio de conocer las causas que las originan. Sin embargo cuando ya existen sí hay salidas. Dejar una adicción es una tarea complicada pero no imposible Una buena estrategia de recuperación consiste en el refuerzo negativo del castigo.
Recomiendo ampliamente esta lectura. El libro puede ser de utilidad especial para padres, educadores y adolescentes.