
La edición de las 141 cartas entre estos dos amigos refleja muy bien los encuentros y las divergencias entre estos renombrados judíos a lo largo de los años, encarnadas en las vicisitudes históricas de la primera mitad del siglo XX.
Entre otros temas destacan el sionismo y la banalidad del mal. Arendt no era sionista y en esto difiere de Scholem. La primera divergencia aparece en la carta 19 (1946) donde Scholem le escribe: “Me encuentro ahora en la violenta situación de tener que darle la opinión sobre su artículo “Repensar el sionismo” y evitar, al mismo tiempo, enemistarme a muerte con usted…”
Y a partir de la carta 26 ya no se tratan de querido amigo/a sino de querido/a Scholem y Hannah.
También abordan a partir de la carta 132 el tema de la banalidad del mal de Arendt en relación al Holocausto y al proceso de Eichmann. Para Rosenberg, y también para Scholem, Eichmann “no era un burócrata del mal, como decía Arendt, sino que nos encontramos ante algo satánico, demoníaco.” A lo que Arendt responde: “el mal siempre es solo extremo pero nunca radical (…) tampoco es diabólico. (…) Profundo y radical es siempre solo el bien” (carta 133)
Las cartas hacen referencia a muchos intelectuales y filósofos de la época, especialmente Walter Benjamin. El interés de las cartas es desigual pero su sinceridad y el lenguaje coloquial facilita la comprensión de algunos argumentos que en sus libros aparecen más suavizados.
La edición está muy cuidada, con abundantes citas de los editores en cada carta, que ayudan a entender algunos aspectos de las ideas de los autores. Acaba con un extenso índice onomástico y un apéndice de Arendt sobre la historia judía.