
Un pintor compra una pintura que es un retrato de un hombre con ojos extraordinarios. La imagen parece tener una voluntad propia, parece perseguirlo, y lo induce a hacer el mal. Se vende al dinero, a la sociedad, a la moda; olvidando lo que lo movía anteriormente: la búsqueda de la belleza en su arte. Años después, al ver una obra maestra, se da cuenta del tiempo que ha malgastado, y decide vengarse, destruyendo todo lo que es bello, notable.
Casi como un relato aparte, se narra una segunda escena: en una subasta, un hombre explica el origen de la pintura. Fue una obra de su padre, quien decidió pintar al prestamista del vecindario, que tenía una influencia diabólica en sus clientes. Solo hizo un boceto del hombre, pero pintó cuidadosamente sus ojos; y entonces descubrió que la pintura parecía perseguirlo y llevarlo al mal. Se deshizo de ella, pero todos sus sucesivos propietarios sufrieron un destino similar.