Nocturni // Nocturnos. Cinco historias de música y crepúsculo

Cinco relatos breves sobre músicos y relaciones crepusculares, en los que el argumento decae romántica y melancólicamente en un apagarse suave, tal vez con la promesa de nuevo amanecer.
En “El cantante melódico” un famoso vocalista norteamericano canta a su esposa, desde una góndola veneciana, como despedida de 27 años de feliz matrimonio, porque piensa separarse de ella. Claro está que Ishiguro nos deja, con hábiles paradojas, con la duda de si de verdad se quieren o no, y si este regalo final no será una forma de empezar de nuevo con más generosidad.
“Come Rain or come Shine” describe, con golpes de efecto bien dosificados, las relaciones de afecto entre tres jóvenes melómanos, dos chicos y una chica: tras el matrimonio previsible, y el primer conflicto de los casados, éstos recurren al tercero para que restaure la paz. Ishiguro, otra vez, recurre a la sensibilidad ante la música como argumento de reconciliación. La historia juega con los mismos elementos que años antes Rostand usó para montar su “Cyrano de Bergerac”.
“Malvern Hills” nos presenta un guitarrista que intenta abrirse paso como cantautor. Tiene clase, pero la vida es dura. Encuentro veraniego con un matrimonio suizo: la melodía inspirada hará de golpe de timón para enlazar corazones que chirrían en los demás registros. Ante el futuro, de nuevo abierto, el lector quedará pensativo: ¿es bueno ser optimistas, o es de tontos?
“Nocturno” trata de un artista feo pero con futuro, pues es un buen intérprete del saxofón. En California, y sin suerte en los contratos, acepta un tratamiento de cirugía estética que le lleva a relacionarse con el nivel top. Al borde ya de la fama, la burbuja estalla, aunque el lector se pregunta si seguirá fiel a su esposa, su amor de verdad, que quizá se sacrificó por él, o quizá no…
“Violoncelistas” describe la paradoja de una experta en violonchelo que no sabe tocar este instrumento pero sí puede aconsejar a un joven intérprete.
Ishiguro es un virtuoso del juego verbal, de las frases ambiguas, de las historias abiertas, sin catarsis trágicas pero con el regusto de la felicidad que se desliza suavemente y se pierde sin tener que ser así: como él mismo señala, “me gusta pensar que al final de cada historia comienza otra que puede ser mucho mejor”.
F.J. (2010)