El libro recoge homilías de Navidad traducidas del alemán por Roberto Heraldo Bernet. Fueron pronunciadas en su mayoría en la catedral de Múnich, y las de Epifanía, en la colegiata de Berchtesgaden. El objetivo del cardenal Ratzinger dicho con sus palabras es “transmitir algo de la alegría por la encarnación de Dios, una alegría que me ha inspirado siempre a mí mismo en la proclamación del mensaje”. Esta nueva edición de 2013 fue complementada con homilías de Navidad y Epifanía de Joseph Ratzinger como papa Benedicto XVI.
Celebrar Navidad es una invitación a buscar el camino hacia Belén, a ir y reconocer al niño que trae al mundo la gloria de Dios como paz de los hombres. Requiere una actitud de vigilia del corazón, es decir la disponibilidad para recibir la llamada de Dios y la libertad para darse prisa y contar todo lo que se escucha. Es la alegría la que da alas al hombre. Se logra cuando uno se toma a sí mismo a la ligera, sin darse importancia, con humildad. Se trata de no colocar nuestro centro de gravedad en nosotros mismos, sino en Dios. Él se esconde. No nos deslumbra con el resplandor de su gloria, no nos obliga con su poder a caer de rodillas. Quiere que lo amemos libremente.
Para que podamos buscarlo, Él nos buscó primero. Jesús ha nacido para todos hoy. Hoy es realmente hoy cuando se abre el corazón. Cristo nos ha sido dado para los demás. Para los que pasan hambre y frío, para los que sufren y están enfermos. Dios se hizo niño y el niño es dependiente. Quiere que aprendamos a estar sostenidos por otros. En última instancia por Dios y, por eso, el hombre ha de saber que está llamado a la comunión del amor, de la libertad, de la convivencia. Creer significa contemplar su gloria en medio de este mundo.
Los reyes de los pueblos se inclinan ante él, peregrinan hacia él desde todos los confines de la tierra y depositan a sus pies todas las riquezas del mundo. A lo largo de todos los siglos hallan su mensaje interpretado en la palabra de la Escritura. Los dones de los Reyes Magos expresan que están a su disposición. Los donantes le pertenecen. El camino del niño será siempre el suyo: el camino del amor que es el único que puede transformar el mundo. Siempre sigue brillando la estrella y enciende la alegría desbordante.
¡Jesús está presente! En él ha aparecido el Señor del mundo y la salvación que convoca a los hombres a lo largo de los siglos. Es necesaria la infancia del corazón. La capacidad de asombro. Dejarse conmover y salir de sí mismo para ponerse en el camino hacia el niño Jesús. Cuando pedimos a Dios ver la estrella de sus misericordias percibimos interiormente la gran alegría que él ha traído a este mundo. La presencia del amor omnipotente no nos quita nada, no nos amenaza, sino que es justamente ella la que nos da el espacio en el que realmente se puede vivir. La verdad y el amor de Jesús se convierten en nuestra luz y en nuestra vida. Hoy tiene vigencia lo que aparece a lo largo de toda la Escritura: no poseemos aquí una morada permanente, sino que buscamos la futura.
La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que él se hace pequeño por nosotros. Este es su modo de reinar. Pide nuestro amor, por eso se hace niño. Aprendemos de él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros podamos comprenderlo, acogerlo, amarlo. Dios nos enseña así a amar a los pequeños. A amar a los débiles. A respetar a los niños. Se ha hecho nuestro prójimo restableciendo también de este modo la imagen del hombre que a menudo se nos presenta tan poco atrayente. Dios se ha hecho don por nosotros. Por nosotros asume el tiempo. Para que abramos nuestro tiempo a Dios. Así la agitación se apacigua. Así nace la alegría, surge la fiesta.
En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. De allí brota la alegría y nace el canto. Cuando salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces, se renueve también la tierra. Si tocamos el corazón de Dios, la alegría nos alcanza y hace más luminoso el mundo. La gloria de Dios está en lo más alto de los cielos, pero esta altura de Dios se encuentra ahora en el establo. Lo que era bajo se ha hecho sublime. Su gloria está en la tierra, es la gloria de la humildad y del amor. Y también, la gloria de Dios es la paz.