Cristo fue el centro de la vida y de todos los escritos de san Juan Pablo II. Su existencia se sintetiza en un constante diálogo con Él meditando su paso por la tierra. Fue un hombre enamorado apasionadamente de Jesucristo y su misión fue transmitir este amor a toda la humanidad. Le dolía pensar en los hombres que aún no conocían la gran verdad del amor de Dios porque comprendía que sin esta riqueza estaban huérfanos y confundidos.
Propiamente el Romano Pontífice polaco no escribió una vida de Jesús. Este libro es una selección de textos de la predicación de san Juan Pablo II elegidos por Pedro Beteta siguiendo el orden del relato de los Evangelios. Se trata de una breve obra, sencilla, profunda y atractiva por la belleza de las palabras. La estructura es de 8 capítulos con distinta extensión.
Inicia con la entrada del Hijo de Dios en la historia humana. Su Encarnación es el eje del tiempo. Él es siempre el único y verdadero protagonista en toda la obra de la redención. En los Evangelios emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro. La ternura infinita de Dios-Amor se revela en los rasgos maternos de la Madre de Jesús. El gozoso “fiat” de María testimonia su libertad interior, su confianza y su serenidad. Ella aceptó colaborar en toda la obra de la reconciliación de la humanidad con Dios. La maternidad divina se ha convertido en nuestro gran patrimonio. Jesús nace en Palestina. Sus primeros 30 años los pasa junto a su Madre y cerca de José, el hombre justo, que en laborioso silencio provee a las necesidades de toda la familia.
En Caná, María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede liberar de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las divisiones. Todos los hombres de la tierra están llamados a edificar el reino de Dios, colaborando con el Señor, que es su artífice primero y decisivo. El Sermón de la montaña es la Carta Magna del cristianismo: las Bienaventuranzas. El hombre ha sido creado para la felicidad. Cristo tiene respuesta a ese deseo. Pide que confiemos en Él. La verdadera alegría es una victoria que supone una larga y difícil lucha. Cristo tiene el secreto de la victoria.
Al perdonar los pecados, Jesús muestra el rostro de Dios Padre misericordioso. La experiencia de la paternidad de Dios conlleva la aceptación de la fraternidad, pues Dios es Padre de todos, incluso del hermano que yerra. La parábola del buen samaritano pertenece al Evangelio del sufrimiento. Su sentido salvífico no es pasividad. El mismo Cristo, es sobre todo activo.
La Eucaristía es el sacramento de la ocultación más profunda de Dios: se esconde bajo las especies de comida y bebida, y así se esconde en el hombre. La Eucaristía es el corazón de la Iglesia. Es el don más grande que Cristo ha ofrecido y ofrece permanentemente a su Esposa. Es la glorificación de su infinito amor por nosotros. La unidad es otro tesoro que Jesús nos ha dado: reza por sus discípulos para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti.
La cruz de Cristo no cesa de ser esa llamada misericordiosa y severa al mismo tiempo, para reconocer y confesar la propia culpa. Es una llamada a vivir en la verdad. Jesús perdona inmediatamente, aunque la hostilidad de los adversarios continúe manifestándose. Este perdón desde la cruz es la imagen y el principio de aquel perdón que Cristo quiso traer a toda la humanidad a través de su sacrificio. Mediante el misterio inefable de la muerte, el Alma del Hijo llega a gozar del Padre en la comunión del Espíritu. Esta es la vida eterna, hecha de conocimiento, de amor, de alegría y de paz infinita.
El sepulcro vacío y la piedra removida dan el primer anuncio de que la muerte ha sido derrotada con la Resurrección. Esta es la clave para comprender la historia del mundo, la historia de toda la creación, y es la clave para comprender de modo especial la historia del hombre. Cristo resucitado es la demostración de la respuesta de Dios al profundo anhelo del espíritu humano. La Ascención es la prenda y garantía de la exaltación, de la elevación de la naturaleza humana. La venida del Espíritu Santo es muy significativa: descubre la universalidad del cristianismo y del carácter misionero de la Iglesia. En Pentecostés nace la Iglesia. Gracias al Espíritu Santo, nuestro encuentro con el Señor se lleva a cabo en el entramado ordinario de la existencia filial, en el cara a cara de la amistad, experimentando a Dios como Padre, Hermano, Amigo y Esposo. Esta es la nueva alianza.