
De forma magistral Ivo Andrić narra la épica de una multitud de gentes que vivieron durante cuatro siglos, en el marco de sucesos históricos, de personas normales de diversas concepciones: étnicas, religiosas o vitales. Narra situaciones “vulgares”, en las que no ocurre nada especial. El protagonista es precisamente ese vecino desconocido que sueña con los ojos abiertos en su mezcla de felicidad e infortunio que iguala a todos.
La materia prima de Andrić parece ser la pasión de vivir de esos personajes anónimos que pueblan su libro. No es una obra monumental, ni una crónica de la aldea de Visegrad, ni una saga de estos territorios antes de la Primera Guerra Mundial. Quizás se puede considerar un clásico porque la genialidad del autor está en que aquí aparecen algunas constantes de la historia universal. La intrahistoria misteriosa de vidas corrientes con sólo un testigo mudo que en este caso es el puente de piedra. Los personajes no intervienen en la política ni en la historia que determinan su vida (las madres a las que les arrebatan sus hijos o los musulmanes que pierden su seguridad o los rebeldes que mueren “emparedados”): "Sucedió entonces que (…) una muchacha tartamuda y algo anormal quedó encinta"; "Badi, a despecho de sus magras remuneraciones, era un pobre diablo famélico”. "Me doy cuenta de que ya no podemos ir a ninguna parte”
La novela de Andrić parece un alegato contra esa Historia que pesa sobre la espalda de los pequeños, personificados en ese crisol de pueblos balcánicos -eslovenos, cíngaros, judíos, serbios, bosnios, croatas, turcos- entregado a los imperios, primero al turco, después al austro-húngaro (es anterior a Yugoeslavia) Observa, sin decirlo, que la historia se repite, interrumpiendo las vidas y manejando al hombre como moneda de cambio (el “kolo” sólo se interrumpe con motivo del asesinato del archiduque Francisco Fernando); aparecen así todas las variaciones posibles de la alegría y el infortunio: inundaciones, tiranos, amor, amistad, nacimiento, pobreza, muerte, crueldad, abundancia o escasez. Parece decir que los desastres naturales y los históricos se asemejan y que es mejor no ofrecer una resistencia frontal; sólo queda tender puentes sobre la riada.
Es un libro lleno de sabiduría acerca de lo que es el hombre: "El deseo es como el viento, lleva el polvo de un sitio a otro"; "Entonces el cíngaro se irguió, se abrió de brazos, adoptó un aire serio y una expresión de sinceridad conmovedora de la cual son sólo capaces las personas que no distinguen la mentira de la verdad".
La novela del Drina es un canto a la bondad anónima, que siempre estará oculta para la historia y la política. El autor parece concluir que un hombre bueno es como un puente, hay una corriente impetuosa entre dos orillas y al mismo tiempo es un pasaje hacia otra posibilidad.
En Andrić no hay señalamiento de buenos o malos. Tanto los cristianos como los musulmanes sufren y viven, son alternativamente víctimas y verdugos.
La novela consigue hacernos amar una rectitud, un tormento y una dicha de personas como Radislav enterrado de forma clandestina o Salko: "raro, valiente, feliz, truhan y gran bebedor" o a la heroína derrotada Lotte: "Miraba a todo el mundo de frente, pero no veía a nadie".
Es un libro lleno de reflexiones, con muchas claves sobre la naturaleza humana y el acontecer histórico, muy realista y al tiempo de gran profundidad psicológica, escrito con una prosa bellísima que gustará a un público culto.
Ivo Andrić (1892- 1975) fue un escritor bosnio, nacido en Travnik, en la Bosnia ocupada por Austria. Recibió en 1961 el premio Nobel de Literatura por "la fuerza épica con la que trazó temas y describió destinos humanos extraídos de la historia de su país".