
Conocer el Rostro de Cristo supone un delicado esfuerzo por descubrirlo en las Sagradas Escrituras. Sus miradas, su voz, sus gestos, sus manos, su capacidad de acoger, su corazón, etc. son tesoros que descubriremos tras una atenta meditación y contemplación de su vida.
Fernando Armellini se fija, por ejemplo, en las manos. Me he preguntado siempre por qué no se ha hecho todavía un «monumento a la mano». Motivos no faltarían. Tratemos de hacer una «reseña de la mano», así, a vuelo de pájaro:
- La morfología de la mano: mano alargada, regordeta, descarnada, callosa, transparente, nerviosa, fría, caliente, firme, insegura, dolorida, caduca...
¡Cuántos mensajes pasan ya a través de esta simple consideración! Las manos de Cristo llevan, de manera ya indeleble, el signo de una locura de amor. Es el sentido de su existencia.
- El gesto de la mano: mano que aprieta, que acaricia, que golpea, que levanta... Mano que se tiende, que da, que recibe, que se levanta al cielo en oración… ¡Cuántos mensajes contenidos en un simple gesto! Jesús fascinó con lo que transmitía por medio de su voz, pero sus discípulos repararon también en el toque de sus manos: el toque de la carne en putrefacción de los leprosos, de los oídos de los sordos, de la boca de los mudos, de los ojos apagados de los ciegos. En algunos momentos sus manos también han amenazado, han escrito en la arena mensajes que han hecho caer al suelo las piedras ya preparadas para la adúltera.
Los pieles rojas solían dar a sus hijos nombres simbólicos que expresaran lo mejor posible la idea de la persona que los llevaba. Se sentían definidos por sus nombres: Rayo de sol, Ojo de águila, Agua de fuente... Sería bonito definir a un hombre por el modo en que usa sus manos. Por ejemplo: Mano que defiende, Mano que trabaja, Mano que vence toda resistencia, Mano que construye puentes, Mano que derriba barreras, Mano que repara brechas, Mano que levanta de nuevo... Jesús es la mano que Dios tiende a los pecadores.