
Ernst Jünger, prolífico autor alemán, vivió con intensidad la historia centroeuropea. En sus primeras publicaciones se recogen sus vivencias como soldado alemán durante la primera guerra mundial. En Tempestades de acero, se incluyen otros dos relatos, El bosquecillo 125. Una crónica de las luchas de trincheras en 1918, continuación del relato anterior, y El estallido de la guerra de 1914.
Jünger fue un entusiasta defensor de su país, Alemania, frente a las otras potencias europeas. Pelea con decisión, fue herido catorce veces, y condecorado con las mayores distinciones. Escribe, durante las batallas, diarios y anotaciones que luego le sirvieron para publicar sus libros con detalle y minuciosidad. Relata el interior de algunas de las batallas más famosas y sangrientas, sin que el lector tenga una visión general de lo que está ocurriendo: a Jünger le interesan las personas, sus compañeros con nombre y apellido, e incluso con apodos.
La guerra de Jünger es humana e incoherente, son hombres desconocidos que luchan contra otros hombres desconocidos, y busca la estética en el horror. El autor fue cambiando después de lo vivido o precisamente mientras lo revivía en sus escritos. Se fue transformando en un defensor de la paz, con una crítica escondida y difuminada a la llegada de Hitler. No tuvo que salir de Alemania durante el nazismo, y mantuvo a gala su ateísmo heredero de Nietzsche y de Splenger. Su relación con el sistema no fue bien entendida: si bien rechazó cualquier ofrecimiento para ocupar cargos, aceptó un cargo oficial en el ejército alemán en Paris, durante casi toda la Segunda Guerra Mundial. Al finalizar la contienda mantuvo una actitud de aristócrata anarquista, esteticista, antiliberal y antidemócrata, por lo que fue acusado por la izquierda de nazi. Los últimos años estuvo dedicado a publicar sus últimos diarios y a la entomología, muriendo a los 103 años de edad, convertido a la fe católica.