El libro tiene éxito en la siguiente tarea: hacer que sea imposible negar que existe (al menos) un caso plausible de alta cristología entre los judíos fervientemente monoteístas en las primeras etapas del cristianismo. Espero que acabe con antiguos mitos sobre la devoción a Jesús, como la idea de que sólo se pensaba en la divinidad de Jesús en la época de San Juan, o que reconocer la divinidad de Jesús era una innovación pagana, o que hay una diferencia insalvable en la devoción a Cristo en los sinópticos, San Juan y los primeros padres. Por esta razón, el libro se ha hecho popular entre los cristianos nicenos que participan en los estudios bíblicos.
Sin embargo, hay algunos argumentos que pueden confundir a algunos lectores. Uno de los principales es sus frecuentes referencias a la devoción "binitaria" (es decir, al Padre y al Hijo). Con esto Hurtado no niega el lugar del Espíritu Santo: explica en otra parte que con el término, simplemente afirma que en el cristianismo primitivo hay pruebas de que el Padre y el Hijo recibían culto, pero las pruebas faltan en el caso del Espíritu Santo. El término "binitario" (1) puede llevar a la conclusión de que el partido proto-ortodoxo no creía plenamente en la divinidad del Espíritu Santo (de hecho, Hurtado admitió que una de las preguntas más frecuentes que recibe es el lugar que ocupa el Espíritu Santo); y (2) puede conducir a una visión reductora de lo que significaba "culto" en el cristianismo primitivo. Sí, es cierto que encontramos pocas oraciones primitivas "al" Espíritu Santo; pero vemos que el Espíritu Santo debe ser invocado en una liturgia cristiana, concretamente en el bautismo (Mateo 28:19); varias figuras santas oran con referencia al Espíritu Santo (Marcos 12:36, Lucas 1:41, 2:25, Hechos 4:31, 7:55); un profeta revela una revelación del Espíritu Santo (Hechos 21:11); y se insta a los cristianos a "orar en el Espíritu Santo" (Judas 1:20). Desde un punto de vista más litúrgico, podríamos mencionar la impartición del Espíritu Santo mediante la imposición de manos (Hch 2:38, 8:15-17, etc.), y la promesa de que los cristianos adorarían al Padre "en el Espíritu" (Jn 4:23).
Otro punto es la insistencia del autor en que la relación del Hijo con el Padre es de "subordinación", y su creencia en que los textos cristianos primitivos resuelven la tensión monoteísta mediante dicha subordinación. Lo preocupante es que Hurtado afirma en otras partes que por subordinación se refiere a la representación de Jesús como "enviado, facultado, vindicado y glorificado por Dios"; y, de hecho, que la mayoría de los textos citados a favor de esta tesis se limitan a hacer una puntualización sobre la relación de Jesús con el Padre, a saber, que es Hijo.
En resumen, una lectura que merece la pena para el estudiante preparado del cristianismo antiguo, pero menos recomendable para el aficionado.