
Novela peculiar, que imagina un trasunto del personaje cervantino, que ahora atraviesa Norteamérica de oeste a este en busca de su Amada, la señorita Salma R., artista polifacética de la TV. No le falta, al nuevo Quijote, la compañía del escudero Sancho, en este caso representado por su hijo homónimo, nacido en una noche llena de estrellas fugaces.
En el trayecto, medio realista medio imaginario, habrá de atravesar siete valles de purificación, (el Valle de la Búsqueda misma o Escepticismo para deshacerse de todo dogma; el del Amor; el del Conocimiento; el del Desapego; el de la Maravilla; y, por último, el de la Miseria o Aniquilación). Con una hábil transposición, Rushdie insinúa que hoy nuestras novelas de caballerías son precisamente las imágenes de la pantalla pequeña: "la tele había estropeado los procesos mentales de América, igual que había estropeado los de Quijote". Por cierto que los caracteres psicológicos de don Quijote y de Sancho, en esta novela, poco tienen que ver con los delineados por Cervantes.
Por otra parte, en ocasiones la novela de Rushdie se vuelve críptica, pirotecnia literaria entre la sátira y la extravagancia que desorienta al lector, obligándole a moverse entre la realidad y la mentira, de forma que sólo los especialistas en semántica sabrán seguir las pistas que va sembrando este Quijote redivivo. Dos de esas pistas son claramente erróneas: su relativismo respecto a la existencia de Dios (le considera producto de nuestra subjetividad, y además dedica dos páginas a inventarse un Dios arbitrario en su providencia, culpable de todo lo que en este mundo no funciona, y su defensa del travestismo, que considera indiferente, como “costumbre que no tiene nada que ver con la sexualidad”.