
Cerca del final de su vida, cuando en Rusia era un autor proscrito, Grossman realiza un viaje a Armenia, porque va a traducir al ruso una obra de un autor de aquella república soviética. El resultado es este libro, que es mucho más que un relato de viajes. Con una prosa muy cuidada y grandes dotes de observación, el autor nos ofrece sus impresiones sobre Armenia, su cultura, su paisaje, sus tradiciones y su historia, sobre todo a través del contacto con los campesinos, personas pobres, pero de una dignidad y bondad en muchos casos encomiables, que contrasta con las actitudes arribistas de políticos, artistas y escritores con los que se encuentra. El resultado es un canto a la convivencia, en paz, con libertad, con aprecio de las diferencias, pero sin olvidar el sustrato común, que es la naturaleza humana y la dignidad de cada persona. Grossman fue educado en el ateísmo, pero se admira ante algunas ermitas e iglesias cristianas y, sobre todo, ante la gente buena con la que se encuentra; es aquí donde nota la influencia del cristianismo, a pesar de las persecuciones y de los avatares de la historia. Libro conmovedor y lúcido, bien traducido del ruso por Marta Rebón.