
El libro sugiere reconsiderar las opiniones propias con humildad intelectual, mente abierta y flexibilidad. Cuando la persona acepta que no sabe tiene la oportunidad de aprender de los demás a través de escuchar mucho, de la comprensión de otras posturas y de hacerse preguntas adecuadas. Solo el arrogante piensa que siempre tiene la razón. Saber lo que no sabemos es sabiduría. La confianza humilde también se aprende. Propone las discusiones constructivas que no se centran en la relación personal sino en el ámbito intelectual y en la que los que debaten no se involucran emocionalmente. Para disfrutar de equivocarse hay que distinguir las opiniones de la propia identidad y reírse un poco de uno mismo. No es lo mismo una opinión que un valor.
Es interesante lo que explica sobre los modos de pensar y de hablar: el modo del predicador, el del fiscal, el del político y el del científico. El último es el que busca la verdad. Invita a evitar los sesgos que llama de confirmación y de deseabilidad, el exceso de la actitud complaciente y a no confundir confianza con competencia para no retorcer la inteligencia. El autor proporciona abundantes casos reales y estudios para ilustrar sus afirmaciones.
Desde una perspectiva filosófica se pueden distinguir dimensiones epistemológicas. En el terreno de la acción humana que es libre y contingente caben opiniones variadas, es el pluralismo que enriquece la vida y el trabajo de todos. Cuando se trata de verdades universales, que son muy pocas, no todo es relativo ni se puede hablar de opiniones válidas a favor y en contra. La realidad es una y la verdad es la adecuación de la inteligencia a ella. En esta obra no se hacen este tipo de consideraciones pues quedan más allá de su ámbito de estudio. El libro es recomendable. Quizá es demasiado extenso, repite muchos argumentos.