Quedarse con lo mejor

Compartir los buenos descubrimientos

Aunque no todos los libros van a marcar un antes y un después en nuestra vida, lo que leemos nos cambia: nos afina el espíritu, o nos la embota; nos abre horizontes, o nos los estrecha. Nuestra personalidad refleja –más a medida que pasa el tiempo– tanto los libros que hemos leído como los que no hemos leído. Quien, a lo largo de los años, se nutre de lecturas seleccionadas, adquiere una mirada abierta sobre el mundo y las personas, sabe medirse con la complejidad de las cosas, y desarrolla la sensibilidad necesaria para dejar de lado la banalidad y no pasar de largo ante la grandeza.

No siempre es fácil dar con libros que nos ayuden a crecer, incluso cuando se trata simplemente de entretenerse; por eso es muy útil acudir al consejo de los demás. Al intentar situarse en una población, si uno pregunta a la gente del lugar, constata con frecuencia cómo las personas aportan datos valiosos que con el GPS quizá se le escaparían. Y, del mismo modo que nos orientamos con personas expertas, podemos recomendar a otros los buenos libros que vamos leyendo. Hablar de lo que se lee enriquece la vida familiar y las conversaciones con amigos, que a veces acabarán por tomar la forma de grupos de conversación sobre libros u otras actividades culturales, como las que tienden puentes entre literatura y cine. Y si las buenas lecturas se transmiten muy eficazmente de boca en boca, también es útil organizar clubes de lectura, frecuentar buenas librerías, mantener el contacto con libreros y establecer con ellos un diálogo frecuente, que suele enriquecer a ambas partes.

Existen muchas selecciones de libros de calidad, clasificadas por edades, temáticas, gustos (en este link te ofrecemos algunas). Con todo, la mejor selección es la que cada uno va haciéndose por su cuenta, a partir de los consejos de amigos con gustos afines, de referencias aisladas en una clase, una charla, una conversación... Como no podemos leer inmediatamente todo lo que suscita nuestro interés, es bueno hacerse un plan de lecturas, recogiendo las referencias para más adelante; eso nos da la serenidad de saber que, en cierto modo, un título no se nos escapa; y permite que, cuando queramos leer algo más, no vayamos necesariamente a buscar lo primero que nos caiga entre las manos.

 

Dialogar con los libros

Crítica, del griego krinein, significa originariamente discernir, escoger. Leer con capacidad crítica supone tomar lo mejor de cada libro. Los autores, igual que nosotros, están condicionados por su contexto y cultura; por eso cuando leemos es bueno preguntarse, por ejemplo: ¿por qué se expresa de este modo el autor? ¿Cuáles son los ideales de su época que proyecta en sus personajes? ¿Cuál es su percepción de los valores perennes, como la amistad, el perdón, la lealtad, etc.? No se trata, obviamente, de adoptar una actitud reactiva, que escondería quizá cierto pesimismo o inseguridad. Interesa más bien descubrir las luces y sombras de cada obra y, si es el caso, purificar algunas ideas o propuestas. Se entra así en un diálogo interior con el libro, que incluso puede desembocar en diálogos reales con los autores (de hecho suelen agradecer la correspondencia y sugerencias de sus lectores), en el que saldrán a flote las propias convicciones: algunas se corregirán quizá con el intercambio, y otras al menos adquirirán nuevos matices.

Con estas coordenadas, la lectura nos ayuda a formar convicciones profundas y sólidas, bien razonadas, de manera que cada uno adquiera sus criterios de juicio y desarrolle su propia personalidad y estilo. Algo similar ocurre con las películas que vemos: cuando una nos sorprende, por los valores que descubrimos en ella, o por su estética, se nos muestran con mayor plasticidad aspectos de nuestra vida, de nuestra visión del mundo, de las personas. Así cada uno forma su propio discernimiento, y sabe que toma las decisiones rectas sobre la base de criterios que entiende y que él mismo es capaz de explicarse. Se logra, de este modo, una visión personal, enraizada a la vez en la fe cristiana, que robustece la unidad de vida.

 

Algo se mueve en el alma

Un buen lector suele ser también un relector: alguien que vuelve sobre obras que en su día le marcaron. Un modo eficaz de ser relector es tomar a veces algunas notas, que nos permitan volver más adelante sobre el rincón de nuestro interior que se iluminó con una determinada lectura. Esta costumbre nos ayuda a conocernos y a adquirir una mirada más penetrante sobre la realidad y sobre los demás. Hay veces en que nos gustaría evocar una historia o un pasaje que en su momento nos llamaron la atención, y no somos capaces de dar con él; haberlo anotado será entonces una gran cosa.

Como con todo, también en esto hay que dar con un equilibrio: es bueno dejarse sorprender por nuestra memoria, que retiene más de lo que nos parece. A la vez, la lectura deja un rastro mucho más profundo en quien, con la escritura, alimenta el diálogo interior del alma: muchas veces no se tratará tanto de copiar pasajes enteros como de anotar nuestras impresiones; intentar dar forma, quizá balbuceando, a las intuiciones que se quieren abrir paso dentro de uno. Con esa labor paciente se enriquece nuestro viaje a través de geografías, culturas y sensibilidades: los paisajes no pasan simplemente ante nosotros, sino que nos dan forma por dentro, y nos permiten hacernos cargo de los problemas, los anhelos, el talento de las personas.

 

Responsabilidad personal

Elegir un libro, como elegir a los amigos, ir al cine o a ver una obra de teatro, es un acto responsable y libre para cada persona, y tiene también sus connotaciones éticas y morales. Ante el riesgo de la ignorancia o la superficialidad, un consejo que se podría dar es que conviene leer en abundancia: a distintos autores y de contextos variados. Se forma así una mentalidad abierta, que supera los prejuicios infundados y los lugares comunes, y que está preparada para vivir y comunicar de una manera atractiva. Al mismo tiempo, la responsabilidad en la propia formación lleva a tratar de leer libros de calidad: elegir aquello que ayuda realmente a crecer, humana y sobrenaturalmente. Un sabio consejo para este discernimiento: «Los grandes libros tienen cortesía de reyes magnánimos: acogen al lector como si fuese su igual. El escritor mediocre trata de humillarnos para ocultar su baja posición» (N. Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito (vol. 1), Instituto Colombiano de Cultura, 1977, p. 325).

El consejo de personas más leídas puede resultar una herramienta muy valiosa para formar nuestro plan de lecturas, para comprender bien a los distintos autores y para saber en qué puntos pueden tener una visión algo parcial o incompleta. En muchas ocasiones, un comentario amigo puede descubrirnos una obra hasta entonces desconocida, y abrirnos un amplio horizonte cultural, intelectual o espiritual. En otras, nos evitará perder el tiempo con lecturas banales, que promueven conductas en contra de la convivencia pacífica, que atacan la religión, etc. También sabemos que ciertos libros podrían hacernos daño, porque en ese momento nos falta la formación para “digerirlos”. Es bueno tener la humildad intelectual de reconocer nuestros límites: no es mojigatería; es prudencia. Con la ayuda de otros, se encuentran alternativas para canalizar nuestras inquietudes: lecturas más ponderadas, que con el tiempo quizá nos permitirán “enfrentarnos” a esas otras que en su día nos habrían sentado mal.

 

Aconsejar y aconsejarse

Una consecuencia del valor del consejo ajeno es inmediata: la necesidad de que cada uno colabore también con los demás en este ámbito. El consejo personal ayudará siempre a nuestros familiares y amigos a escoger obras de calidad que puedan enriquecerle. También es útil participar en las iniciativas que ofrecen valoraciones literarias, cinematográficas, culturales, etc. El esfuerzo de dedicar unos minutos a compartir las propias impresiones puede ayudar a muchas personas; también aquí rige el principio de que lo mejor puede ser a veces enemigo de lo bueno: es preferible una breve reseña, escrita cuando tenemos fresca la lectura, a un proyecto de recensión pormenorizada que acaba por no concretarse. Cuántos más colaboradores participen en estas iniciativas, más objetivo y atinado resultará el consejo.

La información que ofrecen las revistas, los suplementos culturales, etc. puede ser también valiosa. No es difícil descubrir a los críticos certeros, por su buen hacer, por la buena preparación cultural y doctrinal, por el tono ponderado de sus opiniones. Son indicadores diversos que nos ayudan antes de tomar la decisión de leer o de adquirir un determinado libro.

En todo caso, es bueno evitar visiones reduccionistas o superficiales sobre la necesidad de pedir consejo o de tener en cuenta las orientaciones que nos puedan facilitar. El hecho de que un libro se valore de un modo concreto es siempre orientativo y prudencial. La valoración es una luz para ayudarnos a elegir con responsabilidad; a la vez, no excluye que pidamos consejo, cuando lo veamos oportuno para nosotros. Por otro lado, el hecho de estar atentos a la valoración moral de un producto cultural no debe desenfocarnos de lo esencial: la importancia de leer y, en la medida de nuestras posibilidades, de leer mucho.

No extingáis el Espíritu, ni despreciéis las profecías; sino examinad todas las cosas, retened lo bueno y apartaos de toda clase de mal (1 Te 5, 19-22.). La apertura del alma, la amplitud de horizontes, son auténticos cuando vibran con la búsqueda y el encuentro, cada vez más apasionados y a la vez más serenos, de la Verdad y de la Belleza.

Luis Ramoneda - Carlos Ayxelà