La literatura, la historia, la sociología, la psicología, el arte y tantas otras disciplinas -si de verdad son de categoría, a la medida del hombre- cultivan aspectos de la inteligencia y de la sensibilidad importantes para el desarrollo humano.
Encontrar los interrogantes que laten en el fondo del alma, buscar respuestas a esas preguntas, asimilarlas y saber proponerlas implica leer y pensar. Las lecturas son necesarias para poder responder a los problemas actuales: facilitan conocer en qué consisten y, en cierto modo, saber cómo otros han intentado resolverlos. Además, dan recursos para hacer propuestas y alimentan la posibilidad de diálogo.
La lectura incide en la capacidad de comunicación oral y escrita, que permite una participación más inteligente en la vida social: en las conversaciones con amigos o familiares, a través de foros de debate, publicaciones, periódicos o internet. Cabe pensar qué contestaríamos si nos preguntasen: ¿Cuál es el último libro que has leído? ¿Qué libros estás leyendo? ¿Qué te aportan?
Lecturas de calidad
Las personas que han leído autores importantes, con cierto orden y tiempo para reflexionar, tienen una visión más penetrante de la realidad. Leer autores valiosos alza el nivel del pensamiento. Los libros de ensayo o de historia facilitan la comprensión de las ideas dominantes; ayudan a formar el lenguaje adecuado, a descubrir argumentos en sintonía con el ambiente de actuación, a exponer ideas de modo convincente. Convencer no es vencer, es más bien implicar a otros en un esfuerzo común por conocer la verdad, atraer con la fuerza del pensamiento. Leer ayuda a matizar, a razonar y participar en el debate cultural que se refleja en los medios de comunicación y en la vida diaria, ya sea en familia o en el lugar de trabajo. Además, la buena literatura, clásica y contemporánea (narrativa, dramática, poética), ha contribuido siempre a la formación ética y a la educación de los sentimientos, aspectos esenciales de la madurez personal.
Los grandes libros permiten compartir experiencias de gran valor humano: conocer personalidades como la de Hamlet o la de don Quijote; descubrir, a través de las mitologías antiguas, tentativos de respuesta a interrogantes radicales de la existencia; disfrutar con el amor a la naturaleza que late en las novelas fantásticas de Tolkien, de profunda raíz cristiana; asomarse a la poesía de Luís Vaz de Camões; presenciar el drama humano de Raskolnikov en Crimen y Castigo; acercarse a la Roma de Nerón con Henryk Sienkiewicz; o a las grandes síntesis culturales del medioevo, como la que nos ofrecen Dante en la Divina Comedia y santo Tomás en sus escritos filosóficos y teológicos; penetrar –con Platón o con Aristóteles– en el origen de nuestro modo de pensar; compartir las confidencias del santo obispo africano Agustín, los pensamientos de Pascal, la búsqueda de sentido de Viktor Frankl en un campo de concentración, o las reflexiones de Lewis sobre la experiencia del sufrimiento...; la lista es interminable, y no deja de acrecentarse con grandes autores, en África, América, Asia, Europa y Oceanía.
La cultura y el arte auténtico la unidad, no a la dispersión; son riqueza, búsqueda de los valores supremos de la existencia, también a través de los contrastes; se ordenan al conocimiento profundo del hombre, a su mejora y no a su degradación.
Un obstáculo que dificulta la lectura es la falta de tiempo. Sin embargo, cuando se despiertan en el espíritu intereses altos, y se comprende la importancia de la lectura, hasta las personas más ocupadas encuentran el modo. Sorprende comprobar cómo unos pocos minutos de lectura al día dan acceso, con los años, a auténticas bibliotecas. Es cuestión sobre todo de despertar intereses, de aprovechar los momentos de descanso, las esperas o los viajes. Las obras de altura pueden abrir grandes perspectivas personales.
Hacer partícipes a otros de nuestras lecturas
En este ámbito, como en tantos otros, la familia y la primera enseñanza son decisivas. Si se adquiere el hábito de leer a una edad temprana, es más fácil que arraigue. Si los padres son buenos lectores, y los profesores saben despertar el gusto por los libros, habitualmente los más jóvenes se aficionan a leer. Esto acelera el crecimiento personal. La lectura eleva el nivel de intereses y facilita la conversación, enriqueciendo la amistad y la vida familiar.
La difusión entre compañeros de las obras que nos han resultado más sugerentes puede dar ocasión para pensar y hablar sobre las cuestiones fundamentales que atañen al propio quehacer, sobre el sentido del trabajo que se desempeña y su posible incidencia social y cultural. Hacer partícipes a otros de las propias lecturas resulta así un modo de influir positivamente en el ambiente a través de la profesión.
Para fomentar la lectura de obras de calidad ayuda fijarse en las propias preferencias, circunstancias o capacidades. Hay mucho que leer, y poco tiempo; conviene elegir bien, también para poder recomendar lecturas que ayuden. Es necesario discernir, porque ante libros que superan la propia preparación, puede llegar el aburrimiento, o el desinterés por argumentos cuya importancia no se ha captado. Por el contrario, si se lee con orden, se termina por buscar y difundir la compañía de los grandes autores.
Las lecturas enriquecen de muchos modos: no sólo aportan argumentos de reflexión y mejoran la capacidad de expresión; también ayudan a descubrir los propios límites intelectuales, y esto facilita razonar y debatir con humildad, con un espíritu informado por la caridad, que prefiere unir a enfrentar, para mostrar con los recursos de la inteligencia la fuerza atractiva de la verdad. Este modo de actuar constituye un paso para incidir en la cultura, imprimiendo en ella una impronta cristiana: Veritatem facientes in caritate. Leer más, optando por obras de calidad, y difundir el interés por la lectura, lo facilitan.