El mes de mayo tradicionalmente se ha dedicado a la Virgen María. Como describía un santo del siglo XX, pasa algo verdaderamente alentador en el mundo (…) como una segunda primavera además de la material de la naturaleza, una primavera espiritual, durante el Mes de María. Todo cambia de aspecto, las Iglesias se repletan, en este mes, de gente que llega de no se sabe dónde, hombres de trabajo, soldados, mujeres de esfuerzo, no sólo la gente desocupada. Y esto cuatro o cinco veces al día, en todos los templos (San Alberto Hurtado, La Madre de todos).
Este año, se ve más necesario que nunca acudir a la Madre de Dios, debido a la emergencia sanitaria causada por el coronavirus. El Papa Francisco ha enviado una carta a todos los cristianos hace unos días recomendando acudir con más fe a la Virgen Santísima: En este mes, es tradición rezar el Rosario en casa, con la familia. Las restricciones de la pandemia nos han “obligado” a valorizar esta dimensión doméstica, también desde un punto de vista espiritual. Por eso, he pensado proponerles a todos que redescubramos la belleza de rezar el Rosario en casa durante el mes de mayo (…) Contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia espiritual y nos ayudará a superar esta prueba (Francisco, Carta a todos los fieles para el mes de mayo, 25.04.20).
Ir a nuestras madres es importantísimo. Todo hombre necesita esa figura maternal, que lo guíe por su vida. La cultura ha subrayado siempre su papel fundamental, lo que se refleja tanto en el arte, como en la música, en la literatura y en otras formas de expresión. Basta pensar en la belleza y la expresividad que descubrimos en la Piedad de Miguel Ángel, en la Maternidad de Klimt, o en las poesías de Rilke dedicadas a su madre. Y son incontables las representaciones de la Virgen Santísima, donde cada artista refleja de algún modo su amor a María y a su propia madre. Son famosas las pinturas que se encuentran en las catacumbas y en las primeras iglesias, las abundantes imágenes que presiden los retablos románicos y góticos, las pinturas de los renacentistas y las que adornan las calles de las ciudades y los santuarios.
En este breve artículo queremos recordar algunos pasajes de distintos autores que tratan sobre la figura de la madre en general o de su propia madre, y otros que nos pueden servir para acercarnos más a la Santísima Virgen. Luego recomendaremos algunos libros que pueden ayudar a vivir con más devoción el mes dedicado a la Madre de Dios.
Los libros cantan a las madres
Para los hijos, cada madre es única y omnipotente. Un poema de Vladimir Holan manifiesta este sentimiento, de un modo que nos parece que las palabras se nos ocurren a nosotros. Su respiración, el gesto de sus manos y sus palmas / son tan amorosas / que en el pasado sigue apagando el incendio de Persépolis / y en el presente aplacan ya alguna tempestad futura / en el mar de China o en otro hasta hoy desconocido... (Vladimir Holan, Madre).
Nuestra madre nos conoce. Quizá es la persona que más nos conoce en esta tierra. Lo sabía bien Gerard Durrell, que en Mi familia y otros animales comienza dirigiendo una alabanza a su madre con estas palabras: Quiero rendir un tributo especial a mi madre, a quien va dedicado este libro. (…) Hace poco, estando sola en casa durante un fin de semana, se vio agraciada con la llegada súbita de una serie de jaulones portadores de dos pelícanos, un ibis escarlata, un buitre y ocho monos. Otro mortal de menor talla habría desfallecido ante el panorama, pero mamá no. El lunes por la mañana la encontré en el garaje perseguida por un iracundo pelícano al que intentaba dar sardinas de una lata. Cuánto me alegro de verte, hijo -jadeó- este pelícano tuyo es un poquito difícil de manejar. Al preguntarle cómo sabía que los animales me pertenecían, replicó: Claro que supe que eran tuyos, hijo; ¿a qué otra persona se le ocurriría enviarme pelícanos? Donde se ve lo bien que conoce al menos a un miembro de la familia (Gerald Durrell, Mi familia y otros animales).
Mariolina Cerotti Migliarese, desde su perspectiva psicológica, analiza cómo hace una madre para conocer tan bien a sus hijos, y estar ahí cuando ellos la necesitan, si no físicamente, con su apoyo moral y con su oración. La respuesta, dice, se encuentra en el modo en que ella mira a sus hijos. Ella no solo los ve como son, sino que también sabe ver lo que serán. Se puede decir que la mirada de una madre manifiesta que la vida de su hijo es una apertura hacia el futuro, que se mira con optimismo: la mirada de la madre sabe multiplicar, y se proyecta lejos: ve al artista en el niño que hace garabatos, ve a un futuro científico en el niño que desmonta un juguete. Es la mirada de la posibilidad, que mantiene abierta la esperanza en el futuro, y por eso mismo lo hace posible (Mariolina Cerotti Migliarese, Érotica y materna).
Las madres mueven a las familias. A veces con más sentimiento y pasión, en algunas ocasiones con esfuerzo y fortaleza, o con precisión e inteligencia, pero siempre con un amor profundo por los integrantes de su familia. Hay madres ejemplares, como Marmee March, que trabaja hasta el cansancio para sacar adelante su familia (cfr. Louisa May Alcott, Mujercitas); que no descansan hasta encontrar a su hijo perdido (cfr. Hector Malot, Sin familia); que envían a sus hijos lejos del fragor de la guerra, arriesgando su propia vida y la posibilidad de no verlos más (cfr. Joseph Joffo, Un saco de canicas); como la Señora Bennet, que está dispuesta a darlo todo por la felicidad de sus hijas (cfr. Jane Austen, Orgullo y prejuicio); o como Santa Mónica, que reza y llora hasta la conversión de su hijo (cfr. San Agustín, Confesiones).
Giacomo Mazzariol describe esa función de la madre de modo divertido: Como nos gusta decir, en casa nuestro padre es el motor, los hijos somos las ruedas y los engranajes, y nuestra madre es el carburante (…). Mi madre haría cualquier cosa por nosotros. Mi madre renunció a licenciarse cuando le faltaban dos semanas para acabar por cuidar a la familia. Mi madre lava, plancha, limpia, pone en orden, cocina; y las pocas veces que al volver del colegio no encontramos la comida en la mesa, está de todas formas preparada en la nevera o en el horno o en la cacerola. Mi madre es una emprendedora: invierte cada día en nosotros. No invierte dinero, sino tiempo, horas, segundos. Vida. Porque además dinero que invertir, en la casa de los Mazzariol, no hay mucho. Pero nosotros realmente nunca nos hemos dado cuenta. O, por lo menos, los hijos no nos hemos dado cuenta. A veces me pregunto cuántos pensamientos habrán nublado la mente de nuestros padres en estos años. Pero si esos pensamientos traían lluvia, nosotros jamás nos enteramos: a nosotros no nos caía ni una gota. Mi madre y mi padre siempre se han calado hasta los huesos por nosotros (Giacomo Mazzariol, Mi hermano persigue dinosaurios).
La mirada de nuestra madre, con su correspondiente sonrisa, es la que queríamos ver cada mañana cuando nos levantamos. Y cuando llegue el momento del “levantarse definitivamente”, serán las miradas de nuestras madres las que nos reciban, y las que nos harán sentir que hemos regresado a casa. Lo expresa magníficamente Vladimir Holan en otro poema: ¿Que después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí / al estruendo terrible de trompetas y clarines? / Perdona, Dios, pero me consuelo / pensando que el principio de nuestra resurrección, / la de todos los difuntos, / la anunciará el simple canto de un gallo... / Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento... / La primera en levantarse / será mamá... La oiremos / encender silenciosamente el fuego, / poner silenciosamente el agua sobre el fogón / y coger con sigilo del armario el molinillo de café. / Estaremos de nuevo en casa (Vladimir Holan, Resurrección).
La madre de todos
No es fácil separar la figura de nuestra propia madre de nuestra relación con María santísima. El cariño a nuestra madre de la tierra es un camino al amor a María, y viceversa. Al comenzar el Libro de su vida santa Teresa de Ávila hacía memoria y recordaba el momento en que murió su madre: Acuérdome que cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y suplicaba fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a Ella y, en fin, me ha tornado a si (Santa Teresa, Vida, 1, 7).
Enrique Monasterio se pone en los zapatos de los distintos integrantes del pesebre en su libro El Belén que puso Dios. En un momento imagina un diálogo entre el posadero que ofreció el establo y Jesús. El posadero exclama: Tú sabes que los hijos siempre nos engañamos pensando que nuestra madre es la mujer más hermosa del mundo. Quizá aceptamos que sus ojos no son los más bonitos, pero sí que lo es su mirada. Y, aunque sus labios envejezcan, para nosotros su sonrisa siempre será la más joven. Y si se dobla con los años y se llena de arrugas, todo eso sólo contribuirá a hacerla más graciosa. Así es siempre. (...) Sin embargo tú, cuando veas los ojos de tu madre y los compares con lo más bonito de la tierra, no te engañarás. Tus piropos nunca serán exageraciones, te lo digo yo. Y no lograrás hacerla más hermosa por mucho que la contemples (Enrique Monasterio, El Belén que puso Dios).
La Santísima Virgen es Madre de todos los hombres. Jesús nos la dio en la Cruz, cuando dijo al apóstol san Juan: He ahí a tu madre (Jn 19,27). Y está esperando repartir su mirada, su sonrisa, y la gracia de su Hijo en cada uno de los que acuden a refugiarse bajo su manto. Podemos acudir a ella, como nos invita el Papa Francisco, con esa oración que usaban ya los cristianos de los primeros tiempos: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.
Algunos libros sobre la Santísima Virgen
Recomendamos a continuación algunos títulos que pueden ser útiles para vivir con devoción este mes de María. Se trata de narraciones de la vida de nuestra Madre, de libros que se detienen en algunas de sus virtudes y características, o que dan algunos consejos para vivir con más fruto devociones como el Santo Rosario y otras que llenan la vida de la Iglesia.
Entre las historias de la Madre de Jesús encontramos la Vida de María, de Juan Luis Bastero; Vida de María, la Madre de Jesús, de Franz Michel William; La Virgen, nuestra Señora, de Federico Suarez; o La aventura divina de María, de Antonio Fuentes.
Se detienen en algunos aspectos de la devoción a la Virgen y sus virtudes algunos títulos como La perpetua virginidad de María, de san Jerónimo; Las glorias de María, de san Alfonso María de Ligorio; Rosa Mística, de san John Henry Newman; Lo que María guardaba en su corazón, de José María Peman; Dios te salve, reina y madre, de Scott Hahn; o A Jesús por María. Escenas marianas, de José Antonio Loarte.
Sobre algunas devociones tenemos libros como Santo Rosario, de san Josemaría; Mirar a María, de Antonio Orozco; El Avemaría, de Camilo López; o Los mejores textos sobre la Virgen María, de Pie Raymond Regamey.
Felipe Izquierdo
Mayo 2020