Una de las mejores novelas navideñas es "Dios ha nacido en el exilio". El autor es el rumano Vintila Horia (1915-1992), que padeció los campos de concentración del III Reich, vivió después en varios países europeos, escribió en francés y castellano, tuvo una columna en El Alcázar, ganó el premio Goncourt en 1960 y está enterrado en el cementerio madrileño de la Almudena, según detalla Wikipedia.
La novela recrea las desventuras del poeta Ovidio, desterrado de Roma en el siglo primero antes de Cristo por corromper a la juventud con sus versos. En Tomis, en la actual Rumanía, arropado por las costumbres austeras y sencillas de los dacios, Ovidio encuentra la serenidad que acaso le había faltado hasta entonces, y descubre poco a poco que Roma y el mundo conocido han llegado a un callejón sin salida: hace falta un punto de inflexión en la Historia, no hay estímulos, la decadencia es imparable, es preciso que Dios —si realmente existe— intervenga de algún modo. “Esto no podía durar mucho tiempo —se dice a sí mismo—. Nuestros sufrimientos tenían un límite y, si ese Dios existía, tenía que apiadarse de nuestras desgracias y hacernos una señal. O quizás ese silencio quisiera significar que Dios no existía. O que todo eso, los muertos, el infinito dolor, el infinito silencio, tenían un sentido que nuestra razón no podía captar". Ya no se trata de un golpe de mano del Senado o de una victoria en algún desierto remoto de África: es preciso un cambio sustancial, algo que mejore la naturaleza de los hombres: "Se necesitarían nuevas palabras, una nueva visión de la vida y una religión nueva para poder crear un nuevo lenguaje y expresar lo que los hombres de hoy sienten en el fondo de sus corazones y que su ignorancia les impide manifestar por medio de juicios y palabras".
Uno de los personajes lo expresa de forma rotunda: "Vivíamos en un mundo asfixiante. Tenía que ocurrir algo que colmara mi espera, algo que todos los hombres esperaban desde hacía muchos siglos, desde siempre, desde el momento en que conocieron el sufrimiento y la muerte". Eso es en el fondo la Navidad: Dios que viene a vernos, que se compadece de nuestras necesidades, de nuestras carencias, que quiere estimular nuestras nostalgias de ser distintos, mejores. También Ovidio lo reconoce en la novela: "He escrito sobre el amor en un mundo que estaba en trance de desaparecer. Los poetas esperan la buena nueva del nacimiento de Dios para escribir los libros de un tiempo que será el del amor".
En las últimas páginas aparece un personaje con rumores y noticias confusas de algo sorprendente que ha sucedido en un aldea pequeña y desconocida de Judea, al otro lado del Mediterráneo. Lo mismo que en cada Navidad.
Javier Marrodán