Estos cinco discursos teológicos fueron pronunciados cuando Gregorio era obispo de Constantinopla, en defensa de la ortodoxia nicena frene a las doctrinas arrianas. Se denominan teológicos porque tienen por objeto a Dios mismo en su unidad y trinidad. Su teología revela una conciencia muy clara de la incomprensibilidad de Dios y una oposición radical a la pretensión racionalista de conocer la misma naturaleza divina.
Poco podemos saber o decir de realidades tan inefables como las que acontecen en el seno de Dios. Ello exige del teólogo el sometimiento a unas leyes: de las cosas santas hay que hablar santamente; de Dios no se puede discutir a destiempo, sin medida, sin la debida reserva. El oficio de teólogo es, para Gregorio, ante todo una vocación cristiana. De ahí que requiera fe en la revelación divina y que haya que dar la palabra en primer término a la Sagrada Escritura.
El primer discurso es una introducción en la que expone los requisitos para una discusión sobre las verdades divinas. El segundo profundiza sobre la existencia, la naturaleza y los atributos de Dios. El tercero demuestra la unidad de naturaleza de las tres Personas divinas, y subraya especialmente la divinidad del Logos y su igualdad con el Padre. El cuarto es una refutación de las objeciones arrianas contra la divinidad del Hijo; muestra el sentido correcto de los pasajes bíblicos que usaban para este fin. El quinto discurso defiende la divinidad del Espíritu Santo, negada por los macedonios.