
Jade es una periodista de treinta años que vive en París; está en busca de un editor para su primer libro y vive publicando artículos en varios medios. Una llamada de su padre, que vive con el resto de la familia a miles de kilómetros, le informa que las tres hermanas de su padre, que viven en Francia, han decidido ingresar a su madre en una residencia de ancianos; la nieta, que fue criada por su abuela, va a su casa y, de común acuerdo abuela y nieta, se van juntas Paris, en donde viven en el apartamento de Jade, quien ha roto una relación y ahora vive sola. Luego viene el relato del mutuo descubrimiento de facetas que ambas desconocían de la otra. Estamos ante un relato agridulce, que aporta ideas interesantes, además de atrapar al lector. La abuela ha sido gran lectora durante años y salen a relucir autores, en su mayor parte franceses de muy diversos estilos y tipos, que le dan a ambas un terreno sobre el que se mueven con soltura. La sabiduría de la vida, más la de los libros, le convierten a la abuela en una valiosa consejera, que suele acertar en el fondo y la forma. Ambas palpitan el amor, con las diferencias y semejanzas que se dan entre mujeres de 30 y 80 años. La relación entre ellas muestra el deseo de ver a las personas apreciando la dignidad que encierra la condición humana y lo mucho en común que puede haber entre las personas, sin que la diferencia de edad sea una barrera insalvable. La experiencia y la novedad se conjugan y les lleva a enriquecerse mutuamente. El final puede ser inesperado para el lector, pero puede suscitar reflexiones sobre las opciones que se aprecian en la novela desde su inicio. Como Jade no volverá a vivir los años pasados, será quien lea la novela quien pueda plantearse el camino a seguir en los cruces de caminos que muestra el relato. La autora tiene rasgos similares a Jade, pero no relevantes para atribuir elementos autobiográficos.