El objetivo del libro es descubrir lo que significa amar, para perdonar y ser instrumentos de reconciliación. El punto de partida es la enseñanza de Jesús de responder al mal con el bien. En el Sermón de la Montaña nos invita a reaccionar con amor ante el odio. Es algo revolucionario en el mundo donde impera la venganza; así de provocativo es este escrito que a partir de parábolas de la Escritura, sucesos de la vida cotidiana y de anécdotas elocuentes, muestra cómo el perdón es la manifestación más alta del amor y es fuente de paz y de alegría. La obra consta de cinco partes. Dureza de corazón. Muros de discordia. Llamados a perdonar. Motivos para el perdón y Aprender a perdonar.
En nuestro alrededor en lugar del amor impera el odio, muchas veces acompañado del deseo de venganza. Perdonar no es fácil pero es necesario, quizá hoy más que nunca. Porque hemos sido creados para amar, para ser felices. Cuando caemos en las garras del resentimiento, del enojo y del mal humor nos alejamos de nuestro fin. Una persona resentida se aísla, y por guardar rencor no perdona ni olvida. Entorpece la amistad y la convivencia alegre y pacífica. Quien no olvida una ofensa suele juzgar y criticar y se aleja de la verdad más importante: Dios nos perdona siempre, sin límites, sin reclamos, por grandes que sean nuestras faltas.
Cuando no ejercita el perdón, la persona se sumerge poco a poco en la desconfianza, ve a los demás como enemigos más que como amigos. Crea a su alrededor un ambiente de tensión. Así empieza la discordia que acaba en enfrentamientos y guerras en familias enteras, en grupos políticos, entre empresarios y trabajadores, y luego en naciones. La causa de todos estos conflictos está dentro del mismo hombre, en la dureza de su corazón, en su soberbia y ambición de poder, en su codicia y afán de dominio. El odio es un cáncer para la vida del alma que produce multitud de daños colaterales: infecta la vida del espíritu, oscurece la inteligencia, debilita la voluntad y aún los sentimientos se quedan sin ningún referente. Sólo Dios puede ayudar a perdonar pues el perdón es un don. Él lo concede a las personas sencillas y humildes de corazón.
¿Por qué es necesario perdonar? Por el mandamiento del Amor pronunciado por el Señor, que es del todo nuevo, que supone un giro copernicano, tanto, que después de veinte siglos sigue escandalizando a muchos, sobre todo a quienes se mueven en la ideología del materialismo ateo o del permisivismo laicista. El resultado de estas mentalidades son los enfrentamientos, el avivar los malos recuerdos del pasado, encender los deseos de venganza aún entre parientes y amigos. Si se aprende a perdonar por amor a Dios se superan estas conductas. Además de la gracia de Dios que es el medio principal, hace falta el esfuerzo personal. Así el amor, vencerá el odio, y se impondrá la reconciliación a la venganza y la discordia. Seremos instrumentos de paz y de alegría para cuantos sufrían la tristeza por falta de amor y cariño. Jesús nos asegura que es el camino de la felicidad terrena y eterna.
¿Qué significa perdonar? Glosando a Benedicto XVI, el autor explica que la ofensa es una realidad, una fuerza objetiva que ha causado una destrucción que hay que remediar. Por eso el perdón debe ser algo más que ignorar, que tratar de olvidar. La ofensa tiene que ser subsanada, reparada y superada. El perdón cuesta, ante todo al que perdona; porque tiene que superar el daño recibido, debe cauterizar las heridas y tratar de renovarse a sí mismo, para que este proceso de transformación, de purificación interior, alcance también al culpable, al que ofendió; y así ambos, sufriendo hasta el fondo el mal, puedan superarlo y salir renovados.
¿Es difícil perdonar? Sí porque requiere olvidarse de uno mismo; superar por amor el odio o deseo de venganza; arrancar del corazón incluso los residuos de ira o rencor que puedan quedar en él; poner medios para que la herida no se infecte. El acto del perdón exige mucho heroísmo, una grandeza extraordinaria y un corazón generoso y magnánimo. Siempre hay que pedir a Dios la gracia del perdón.
Uno de los escollos que impide perdonar es el resentimiento. La persona resentida vive en guardia permanente, se le ve siempre a la defensiva. Esto explica que reaccione de mal humor y de modo airado ante lo que le desagrada. El resentimiento hace sufrir por asuntos nimios. Ya sea por exagerar o imaginar lo que los demás piensan o dicen de uno, o por no aceptar los consejos y advertencias que le hacen quienes más le quieren. Al resentido le falta la fortalecida necesaria para dominarse y decidirse a comprender y disculpar. Es el causante de que las heridas producidas por los agravios acaben infectándose, convirtiéndose en fuente de podredumbre, origen de muchas de las insatisfacciones y tristezas que nos atormentan.
Como ocurre con toda virtud, perdonar requiere un aprendizaje. Es ante todo una tarea de la voluntad, que debe ajustarse en su operación al querer de Dios. Se requieren ante todo actos de comprensión, de dominio de los sentidos y de sujeción de la imaginación; se trata de robustecer la voluntad, de actuar con cabeza, para juzgar con rectitud y equidad. Para ser instrumentos de concordia, lejos de los vaivenes del sentimiento se ha de tener la mente lúcida y serena, el ánimo templado y la voluntad decidida a sembrar la paz y confianza que desvanezca cualquier actitud de recelo. Recomiendo ampliamente esta lectura; el mundo en el que vivimos es conflictivo, violento, desconfiado y para cambiarlo se puede empezar por transformar el propio corazón a través de un sincero y auténtico perdón y enseñar a mucha gente a hacerlo.