
El mito Galileo ha sido usado durante siglos como un arma contra la Iglesia Católica, símbolo de una presunta actitud hostil de la Religión Católica contra todo progreso científico. Ataques que se incrementaron y adquirieron mayor difusión con algunos autores del siglo XIX, especialmente estadounidenses y protestantes, y gracias a algunas obras de teatro y de cine, con argumentos falseados, basadas en un discurso marxista.
Este libro escrito conjuntamente por Mariano Artigas, profesor de Filosofía de la Ciencia y uno de los mejores conocedores de Galileo y de su vida, y por Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Consejo Pontificio de la Cultura, recoge y analiza la génesis y el difícil y largo desarrollo de la Comisión Pontificia de Estudio del Caso Galileo (1981- 1992), creada por el Papa Juan Pablo II y presidida por el cardenal Poupard, para volver a examinar la cuestión de Galileo, y reconocer lealmente los errores y los aciertos cometidos.
El caso Galileo ha tenido tanta importancia por tratarse del padre de la ciencia experimental moderna. Se ha querido presentar a Galileo enfrentado a la Iglesia, a pesar de que nunca dejó de ser un buen católico. El heliocentrismo, el hecho de que la tierra gira alrededor del sol, no estaba demostrado en esa época, y tampoco Galileo fue capaz de aportar pruebas concluyentes, pues lo intentaba demostrar con las mareas, lo cual no era verdad. Con sus descubrimientos astronómicos, Galileo dañó las creencias imperantes, basadas en Ptolomeo, pero no consiguió demostrar la certeza del sistema propuesto por Copérnico. Por eso, tanto Copérnico como Galileo tenían pocos seguidores.
Juan Pablo II admiró en Galileo al hombre que intentaba compaginar ciencia y religión, convencido, como estaba, de que las verdades de ambas provienen de una única fuente divina. De hecho, la Iglesia aceptó su propuesta para leer y entender la Biblia cuando trata cuestiones de índole científica.
La comisión no llegó a conclusiones concretas, debido a su modo de funcionar y a diversas circunstancias. El libro explica las idas y venidas de una comisión compleja en su composición y en sus tareas, pero que finalizó, después de muchos avatares, con una solemne clausura, el 31 de octubre de 1992, en la sala Regia del Vaticano. En su discurso, Juan Pablo II incidió en la armonía entre la ciencia y la fe, señalando que la gran lección del caso Galileo es reconocer que las diferentes modalidades del saber responden a diversos enfoques y a la necesidad de presentar una visión más amplia donde integrar armónicamente la diversidad de conocimientos.