
Carmelo Guillén Acosta (Sevilla, 1955) nos regala un nuevo libro de poemas. Tras su volumen recopilatorio Aprendiendo a querer. Poesía (revisada) completa 1977-2007 (2007) y sus posteriores entregas (La vida es lo secreto, de 2009, y Las redenciones, de 2017), En estado de gracia es un libro de celebración entusiasta de la plenitud humana merced a la Encarnación. Amor y luz invaden y vivifican todo. Si para Quevedo “todo lo cotidiano es mucho y feo”, la poesía de Guillén Acosta es un canto al “valor / que tiene cada cosa por frágil que resulte”, al carácter sagrado de la materia y lo prosaico, en lo que aspira a “sentir el chasquido de lo insignificante, / su cotidianidad”, “aquello que me impulsa a no ansiar / otra vida distinta a ésta en que ahora vivo”. En las páginas de este libro se topa el lector con la desautorización más rotunda a la “mística ojalatera”. El poeta se entrega “a bocajarro al diminuto instante, / a la fugacidad del tiempo, a tantos hechos / que apenas casi asoman y caen en el olvido”; todo ello “en un presente / que sabe a eternidad”, “que no termina nunca, semejante / al del amor de Dios, cuyo ejercicio / descubro sin cesar en este mundo / al ritmo acompasado de mi vida”.
En tiempos como los presentes, con el advenimiento de lo que el filósofo Byung-Chul Han llama las “no-cosas” del mundo digital, que nos ha cegado para las realidades habituales, menudas, la poesía de Carmelo Guillén nos invita a anclarnos la roca viva del ser. Al volver la última página del poemario, no sabe uno a ciencia cierta si ha estado leyendo o rezando. En cualquier caso, ha experimentado que lo que en cada momento uno tiene entre manos, por menudo o doloroso que sea, tiene una densidad inaudita si se sabe conjugar con los verbos amar y servir.