El sagrario abandonado

[El sagrario abandonado]
Año: 
2016
Género: 
Público: 
Tags: 
Editorial: 
Palabra
Ciudad: 
Madrid
Año de publicación: 
2016
Páginas: 
96
Valoración moral: 
Género: Pensamiento
Sin inconvenientes.
Requiere conocimientos generales en la materia.
Lectores con formación específica en el tema.
Presenta errores doctrinales de cierta entidad.
El planteamiento general o sus tesis centrales son ambiguos o se oponen a las enseñanzas de la Iglesia.
La obra es incompatible con la doctrina católica.
Calidad literaria: 
Recomendable: 
Transmite valores: 
Contenido sexual: 
Contenido violento: 
Lenguaje vulgar u obsceno: 
Ideas contrarias a la doctrina de la Iglesia: 
La calificación de las distintas categorías proviene de la opinión de los colaboradores de Delibris

Es la biografía de San Manuel González García (1877-1940) conocido como el obispo o el apóstol de los Sagrarios abandonados. Fue un sacerdote que amaba apasionadamente la Eucaristía y gran promotor de su culto. Su amor y su ingenio abrieron caminos de piedad a su alrededor ante la indiferencia religiosa de una época difícil de la historia de España. Enseñó a leer el Evangelio a la luz de la lámpara de un Sagrario. Su deseo se puede condensar en acercar a todos a la Eucaristía y meterlos dentro del Corazón de Jesús. 

El autor sigue un orden cronológico y los apartados del libro son las ciudades de España donde vivió y ejerció su labor sacerdotal. Fue obispo de Málaga y de Palencia. Es una de las figuras más relevantes de la Iglesia española durante la primera mitad del siglo XX. Lo canonizó el papa Francisco el 16 de octubre de 2016. Un legado importante es la Familia Eucarística Reparadora compuesta por seglares -las Marías de los Sagrarios y los discípulos de San Juan-, sacerdotes y misioneros eucarísticos. 

El santo arcipreste de Huelva llegó a esa ciudad en los primeros años del siglo XX y en poco más de diez años la removió espiritualmente. Durante toda su vida, los planes, iniciativas y afanes sacerdotales estuvieron dirigidos a hacer compañía a Jesucristo en la Eucaristía. Decía de sí mismo que sólo quería ser el obispo del Sagrario abandonado para quitar al Corazón de Jesús la gran pesadumbre de su abandono y para llevarle el dulce regalo de la compañía de las almas. El propio don Manuel en su anecdotario personal confiesa que el fruto de su acción pastoral se debe a cuatro cosas: estuvo donde Dios quiso y no a su gusto; puso toda su confianza en el Corazón de Jesús; abrió todos los días la puerta de su parroquia lo más tarde a las 5.30 de la madrugada y se sentaba en el confesonario; practicó la predicación callejera sin miedo ni respetos humanos. 

Nació en Sevilla en el seno de una familia humilde y profundamente religiosa. Fue “seise” de la catedral cuando entró en el colegio de san Miguel. Los “seises” eran un grupo de niños de coro que bailaban y cantaban delante del Santísimo Sacramento en las octavas de las solemnidades del Corpus Christi y de la Inmaculada. Allí se consolidó la piedad mariana y la devoción eucarística que había recibido de sus padres. Descubrió su vocación sacerdotal y pagó su estancia en el seminario trabajando como fámulo. Obtuvo las máximas calificaciones en todas las asignaturas. Uno de sus compañeros fue don Leopoldo Eijo y Garay con el que tuvo una amistad durante toda su vida. 

Su primer encargo pastoral fue ser capellán del Asilo de las Hermanitas de los Pobres en Sevilla. Dio una misión en un pueblo cercano a Sevilla para preparar la Cuaresma del año 1902. Fue a la parroquia de nuestra Señora de la Estrella. Cuando abrió el Sagrario se llevó un tremendo disgusto. Estaba totalmente abandonado, sucio, lleno de andrajos, con insectos. Aquello le marcó para toda su vida. Quería pelear contra el abandono del Sagrario. 

Después fue a Huelva obedeciendo los deseos del obispo, contra todo su gusto y decidido en su voluntad. Estuvo allí 10 años. Cuando llegó encontró una selva de odios, indiferencias, aislamientos y peligros. Empezó a trabajar y sobre todo rezó largas horas ante el Sagrario de su parroquia. Atendió a los católicos practicantes y después visitó a los enfermos para llevarles consuelo y ayuda. Organizó la catequesis de los niños con un estilo propio que mantenía a los chiquillos atentos y los hacía participar. Una vez interrumpió su explicación para preguntarles a los golfillos por qué había que comulgar. Un gitanillo dijo en su particular andaluz “porque pa quererlo hay que rosarlo”. 

En esta ciudad funda las primeras escuelas. Para su enorme alegría un día los alumnos con algunos de sus maestros se quedaron en vela de amor junto al Sagrario de su Escuela toda la noche. Se preocupó de las familias necesitadas y de los problemas de los más desfavorecidos, por ejemplo de los que vivían en las cuevas o chabolas. Con la ayuda de buenos colaboradores se abren las Escuelas del Sagrado Corazón de Jesús. Un día habla a un grupo de mujeres de la feligresía en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Es el germen inicial de la Asociación las Marías de los Sagrarios. El objetivo esencial era procurar que no hubiera ningún Sagrario abandonado. Luego se extendió también a los varones, los Juanes. En 1913 pudo decir con gozo que de los diez Sagrarios que había en Huelva, en siete de ellos el Señor estaba acompañado todo el día. Años más tarde, Huelva, agradecida, levantó un monumento a don Manuel en la plaza delante de la Parroquia Mayor. 

Fue nombrado obispo de Málaga, cargo que acepta por obediencia pero que no deseaba. Enseguida impulsó la creación de una casa de la caridad para atender a enfermos pobres, y un comedor para pobres vergonzantes, muy numerosos en la ciudad. Se propuso construir un nuevo edificio para el seminario que se encontraba en condiciones pésimas. Recorría las parroquias y pueblos en sus visitas pastorales y administraba el sacramento de la Confirmación, el del matrimonio, el de la penitencia y pidió a sus sacerdotes que abrieran sus iglesias lo más temprano que pudieran y que se sentaran en el confesonario diariamente hubiera o no penitentes.  Su mayor preocupación era la formación correcta del clero, quería sacerdotes que se identificaran con Jesucristo, que siempre hicieran el bien sin esperar nada a cambio. Consagró solemnemente la diócesis malagueña al Corazón de Jesús en 1927. Fue víctima del odio antirreligioso y presenció el asalto y la quema del Palacio episcopal. Se fue a la capilla para consumir las Sagradas Formas y evitar otra profanación. Escapó luego por la puerta trasera. Tuvo que salir de Málaga hacia Gibraltar. Estuvo en el destierro. Durante siete meses gobernó su diócesis a distancia. Después le aconsejan desde la Nunciatura que permaneciera en Madrid. 

Vivió tres años en Madrid donde realizó un apostolado intenso como director de almas y como consejero de grandes figuras de la Iglesia española del siglo XX. San Josemaría Escrivá lo visitó frecuentemente en este tiempo y entablaron una amistad que duró para siempre. De estas conversaciones proviene el punto 531 de Camino: “Tratádmelo bien, tratádmelo bien” decía entre lágrimas un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acababa de ordenar. El Fundador del Opus Dei veía en él un hombre santo y de una intensa devoción a la Eucaristía. De él y de sus escritos utilizaba en su predicación anécdotas y expresiones. 

El regreso a Málaga no fue posible. Fue nombrado obispo de Palencia. Sufrió y obedeció. Allí fue recibido con entusiasmo. Los años de dolor e incomprensión se vieron compensados por horas de consuelo y alegría. Comenzó su tarea pastoral organizando una campaña de santificación de las fiestas, misiones populares, visitas pastorales a parroquias, pueblos y aldeas. Especial cuidado dedicó al Seminario. 

El 4 de enero de 1940 muere santamente en el sanatorio del Rosario en Madrid. Antes, consciente de la gravedad de su enfermedad viajó a Zaragoza para despedirse de la Virgen del Pilar. Su cuerpo fue trasladado a Palencia y enterrado en la capilla del Sagrario de la catedral de su diócesis. Entre las palabras del epitafio de su tumba se encuentran las siguientes: “Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No dejadle abandonado!

El libro escrito con motivo de su canonización muestra un gran respeto y veneración por él. Es sencillo, con datos históricos precisos y anécdotas edificantes de su vida. Se recomienda ampliamente su lectura.

Autor: Marcela Navarro Hernández, México
Fecha de actualización: Nov 2022