El Dr. Alexis Carrel es muy conocido porque obtuvo el premio Nobel de Medicina en 1912. Nació en Francia en 1873 y falleció en 1944. Era un hombre de ciencia, educado en una escuela laica, había perdido completamente la fe y se volvió positivista y materialista. No creía en los milagros. Intrigado por la curiosidad en el año 1903 decidió investigar por sí mismo lo que pudiera ser de cierto de lo que se decía de las maravillosas curaciones de Lourdes.
Se le presentó la oportunidad de ocupar el puesto de un colega suyo, se unió a las peregrinaciones de los enfermos hacia Lourdes. En el tren coincidió con María Ferrand -cuyo nombre real es Marie Baily- en un estado de salud desesperado. Padecía peritonitis tuberculosa aguda; su abdomen estaba considerablemente distendido, con grandes masas duras. Había estado enferma durante toda su vida. Carrel creía que moriría muy rápidamente. Con cada parada brusca del tren parecía que agonizaba.
Después de llegar a Lourdes, Carrel encuentra un condiscípulo, llamado Antonin Duval que había dedicado su vida a ser voluntario. Le preguntó si esa mañana hubo enfermos curados en las piscinas. La respuesta fue negativa pero seguida de un comentario. En la gruta había presenciado el milagro de una monja anciana que tenía una enfermedad incurable en un pie, quedó curada y arrojó las muletas. El médico niega la intervención de Dios en lo que llamaban curación extraordinaria y afirma que ese fue un caso interesante de autosugestión. Que él para convencerse de que existen los milagros tendría que ver curada una enfermedad orgánica. Recordó a la paciente con la que había coincidido y dijo que si ella se curara él no volvería a dudar jamás.
La enfermera de la peregrinación le preguntó si podían llevar a María Ferrand a las piscinas. Carrel la miró con sorpresa y le dijo que era posible que muriera en el camino pero si estaba decidida y para eso había hecho un viaje tan largo, que estaba de acuerdo. El Dr. Journet que había acompañado a sus pacientes a Lourdes, entró en la sala en ese momento y confirmó que María estaba a punto de morir.
Cerca de las 2 de la tarde Carrel se dirigió a las piscinas. Allí coincidió con el dr. Gouyot quien al ver a María también dijo que le parecía que estaba a punto de morir. Por su estado no la metieron en la piscina sino que le derramaron tres jarras de agua en el abdomen. A las 2.40 pm María empezó a dar muestras de alivio. Súbitamente Carrel se puso pálido pues vio como el abdomen de la enferma se iba aplanando lentamente. A las 3 de la tarde María estaba curada. El dr. Alexis se creía a punto de volverse loco. Observaba fascinado los movimientos respiratorios y la pulsación de la región del cuello, el ritmo era regular. Le preguntó cómo se sentía y ella respondió que se sentía curada aunque todavía débil.
Carrel regresó a su hotel decidido a abstenerse de sacar ninguna conclusión. A las 7.30 pm se dirigió al hospital y fue al lado de la cama de María. Se quedó contemplándola con gran asombro. Estaba sentada. La respiración era completamente normal. Una gran confusión invadía el ánimo del médico. Vio la piel del abdomen lisa y blanca. Palpó el abdomen y todo había desparecido. El sudor inundó su frente, sintió como si le hubieran dado un golpe en la cabeza. Los doctores Journet y Gouyot testificaron la curación.
Alexis Carrel subió los escalones de la Iglesia y empezó a rezar. Le decía a Dios que respondió a su súplica con un milagro resplandeciente, pero que él aún dudada. El gran deseo de su vida era creer, creer apasionadamente. Y después se puso a escribir las observaciones de ese día. Por fin se desvanecieron todas sus dudas intelectuales y sintió una gran paz.