
Relato que gira en torno a la muerte y sepultura (en forma de cenizas) de un labriego de clase media, que ha sacado adelante a su familia, en Castilla la Vieja, en los duros tiempos de la posguerra. Desea que a su muerte sus cenizas se vuelquen en las aguas del pantano que anegó el terruño familiar, a cambio de otras parcelas que hubo que roturar desde cero. Cada capítulo narra los pensamientos de quienes acuden a este rito fúnebre tan singular. La mayoría son sus familiares. Agustín, el último que se asoma a esta galería de soliloquios de sujetos diferentes, en la que consiste la novela, es el que muestra una interioridad más rica, pese a que todos -quizá por su prudencia en el hablar- le consideran deficiente mental.
Ensayo de antropología, más que novela. Pese a estar centrado en el “sentido de la vida” a la luz de la muerte, carece -por omisión patente- de elementos cristianos: no se menciona el más allá que enseña la Sagrada Escritura, ni se habla de juicio o sanción alguna. Los personajes, católicos desde la niñez, no ignoran las postrimerías; no las niegan, pero en sus monólogos silenciosos no cuentan con ellas. Además, un personaje ve con indulgencia una separación seguida de divorcio.
F.J. (España, 2015)