Cuando en la primavera de 1453 el sultán Mehmed se presentó frente a las murallas de Constantinopla, con el más extraordinario ejército que se había reunido nunca, a un lado y otro de las murallas los contendientes estaban seguros que esa batalla iba a ser decisiva.
En los 1123 años desde la fundación de Constantinopla, hasta ese momento la ciudad había sufrido veintitrés asedios. Sólo en uno de ellos cayó frente a sus atacantes, que en esa ocasión eran príncipes cristianos y sus mesnadas camino de la Cuarta Cruzada. Fue un suceso extraño y bochornoso.
Ahora, en 1453 el joven sultán no escatimó hombres ni recursos para doblegar las defensas de la antaño fastuosa Bizancio. El emperador Constantino surge como una personalidad trágica y de sobria grandeza, abandonado por los reyes cristianos y el mismo pontífice. La ciudad y sus habitantes se preparan para repeler el más grande cerco que jamás vio. Heroísmo, estrategia, movilización de ingentes recursos e ingenio en los dos bandos, utilización de sofisticados medios bélicos… llegaran a conformar el día a día en el que unos y otros alzaban constantes oraciones a Dios para que se produjese el milagro.
Roger Crowley (1951) es un historiador británico con un especial interés por la historia y la cultura del mundo mediterráneo. Varias de sus obras más conocidas se encuentran situadas en las riveras del Mare Nostrum: Constantinopla 1453. El último gran asedio (2005); Imperios del mar (2008) sobre la rivalidad de las naciones cristianas y el imperio otomano; y City of Fortune (2011) sobre el imperio marítimo que creó Venecia. También ha escrito sobre las expediciones portuguesas y las cruzadas.
Crowley se ha ganado una bien merecida fama con su estilo narrativo, vivo y vibrante de los protagonistas, junto a una amplísima documentación histórica. En el último capítulo dedicado a las fuentes de esta obra, el autor nos desvela la esencia de su manera de proceder. Como buen historiador ha consultado crónicas y relatos de la caída de la ciudad, pero también ha prestado atención a narraciones, cartas, diarios de múltiples personas que estuvieron allí: el arzobispo católico Leonardo de Quíos, el médico Niccolò Barbaro, el comerciante florentino Giacomo Tetaldi, un alto funcionario otomano o un embajador del emperador Constantino…
El papel del historiador es trabajar sobre este material, resolver incongruencias o contradicciones, apuntar hacia «una versión de los acontecimientos lo más veraz posible», escribe el autor. Crowley reivindica dar la palabra, a muchos de los protagonistas que entonces o más tarde recogieron sus impresiones. Esto da al relato gran vivacidad, se atisban tensiones e incomprensiones, «Los juicios que expresan están rutinariamente basados en su religión, nacionalidad y credo». El autor ha sabido «capturar el sonido de las voces humanas –reproducir las palabras, los prejuicios, esperanzas y miedos de los protagonistas– y explicar algo de “la historia de la historia”, de las versiones que se consideran ciertas y de los hechos verificables».
Una muy notable narración histórica, con ritmo de la mejor novela sobre un gran acontecimiento que para algunos historiadores marca el inicio de la Edad Moderna: la caída de Constantinopla.