
El trabajo es un aspecto constante de la vida de toda persona hombre. Fuente de satisfacción y alegría para algunos, de fatiga para todos. Cada día, millones de personas buscan frenéticamente trabajo. Muchos, sin embargo, lo ven simplemente como un medio para obtener otros bienes. A menudo, el trabajo en sí no se percibe como un bien fundamental para el desarrollo del individuo y de la sociedad. En un discurso pronunciado en 2008 en el Collège des Bernardins, Benedicto XVI mostró que la clave para comprender el verdadero significado del trabajo puede encontrarse en la tradición cristiana. Los hombres y las mujeres están llamados a participar en la obra creadora de Dios mediante el trabajo, asumiendo la tarea de perfeccionar la creación, guiados por la sabiduría y el amor. El propio Hijo de Dios hecho hombre trabajó durante largos años en Nazaret. "Santificó el trabajo y le dio un valor especial para nuestra maduración" (Papa Francisco, Laudato si', 98).
Con motivo del 500 aniversario de la Reforma protestante, el congreso El corazón del trabajo (Roma, 19-20 de octubre de 2017), organizado por la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, trató de explorar la idea cristiana del trabajo profesional. La teología católica reciente, de acuerdo con los reformadores del siglo XVI, reconoce el trabajo profesional como vocación del hombre, pero también lo considera como un camino para el crecimiento de la santidad del cristiano (Gaudium et Spes 34).
En las diversas contribuciones de este volumen, la figura de san Josemaría Escrivá emerge con frecuencia como el maestro de vida cristiana que indicó la santificación del trabajo como piedra angular de la santidad en la vida ordinaria. El trabajo de un hijo de Dios -escribe- “nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor" (Es Cristo que pasa, 48).